La lámpara expectante, la piel desordenada,
los labios pintados de pausa, los brazos diluidos,
el vientre dislocado y los altares desusados,
mas viejos, mas hartos que nunca.
Los ángeles que solían molestarme con pancartas,
se han dedicado al tedio de las venganzas sutiles,
se han dejado consumir por el tacto ambicioso,
se han vestido de colores vulgares y lencería espantosa,
de canciones irritantes paridas por el miedo.
Es una burla esta fiesta, este sinsentido de gritos apiñados,
este descuido de vivir sin otra cosa que la náusea,
corroídos hora tras hora por la imprevista inocencia.
¿Dónde estarán mis patios sin estrellas?
¿Quién guardará mis muros atestados de sol?
Los ojos contraídos para no mirar el fondo,
las certezas robadas a los libros de texto,
el diccionario minúsculo que no deja de anhelar otras palabras.
Mis manos son campanas olvidadas en el viento,
simples señuelos de caricias malgastadas e invisibles.
Mi sombra escribe letras imperfectas,
mi vientre se expande y se contrae, ensayando reiteradamente,
inútilmente, descaradamente, cada sudor que no podrá decir.
Afuera los ancianos empacan sus silencios,
las viudas se embriagan, los milagros no ocurren,
las madres rezan y se saben víctimas de dios.
afuera la maldad se aferra con estilo a las aceras,
las miradas se agrietan tratando de hacer puentes entre unos y otros.
Y adentro, adentro se acumulan las ganas, se buscan las heridas,
solo un tercio de mis ansias se adhieren con resignación al frío,
a la brutal y predecible permanencia de las cosas.
Un fardo, eso es la música de la ciudad que implosiona,
pesado como un gesto a destiempo, inocuo como los modales.
Oigo un pájaro intentando secuestrar mi horizonte,
oigo muchas cosas que no saben sufrir,
veo nubes, veo risas, veo dientes, huelo garras,
no importa escapar... es peor la salvación que la desesperanza.
Yo soy yo, de eso no hay duda, nacida muerta, rescatada por el pudor,
nombrada criatura por ese dios siniestro que victimiza a las madres,
obligada a florecer sin recibir la compasión de un nombre.
Algo viene, se convoca a si mismo, se pudre a voluntad.
¡Apaga esas luces que no quiero existir!
Hablabas mucho y yo no entendía
no parecía necesario, yo no esperaba nada.
tu mente en cambio es ágil.
Yo lo sabía, era un rato y no más
pero vos lo tenías más claro.
Sabías que tenías que decirlo todo,
ninguna palabra, ninguna pregunta,
habría de quedarse guardada
porque no existía un después.
Ahora tus palabras se repiten en mí
“como el eco del eco de un sentimiento”.
Y todas las palabras que no dije
porque pienso lento… y las que nacieron después,
las que responden tus preguntas…
todas ellas se lanzan sobre papel,
no tiene eco el papel si no es leído,
no llegan a tus ojos y oídos,
tal vez nunca las conocerás.
Mis palabras tardías reverberan dentro mío,
se suicidan en cuadernos,
vagan mudas entre seres distantes,
ciegas, incapaces de hallarte.
Mis palabras se encuentran
y han sido ellas las que han comprendido
finalmente, por qué hablabas tanto.
No volváis a dormir
que Macbeth mata el sueño.
Sus manos destrozan amapolas
y una daga sonríe dentro del corazón,
un velo negro cubre sus ojos
que se acusan de estrangular la luz.
No volváis a dormir
que Macbeth mata el sueño.
Tres mujeres roen su pálida espalda
y se disputan sus huesos y sangre,
donde la culpa habita en la oscuridad
que dibuja extrañas imágenes de la muerte alrededor.
No volváis a dormir
que Macbeth mata el sueño.
¿Quién es aquel que grita en la noche
de la cual destila sangre sobre hojas de hierro
y un silencio mortal y quebrado?
Aquellos ojos miran su abismo oculto,
envuelto en ropajes sombríos;
camina por los salones baldíos y lúgubres,
con una corona que rodea su cabeza
y carcome su cerebro con un pensamiento,
semejante al suicidio
de las antorchas en el pozo
de aguas negras que no emiten ruido.
No volváis a dormir
que Macbeth mata el sueño.
Como arañas en lo oscuro de la habitación
la noche enreda la tragedia sobre sí;
la sangre se derrama y mancha las manos,
la sangre se derrama sobre la noche.
No volváis a dormir
que Macbeth mata el sueño.
Una negra boca devora todo en el vacío.
Sus ojos son abismos petrificados
y él sentado en su trono estrangula a la luz,
mirando fijamente a las paredes de piedra,
y los espectros que le sonríen decapitados
royendo los huesos de su desesperación y culpa,
sintiendo que sus ojos son arrancados
y puestos al sol sin poderse cerrar.
Macbeth nunca más dormirá.
Una gran mujer que el mar tragó distraído mientras bostezaba.
–Alejandra Pizarnik–
Las marcas de tus pasos aún siguen grabadas en la memoria de la arena. Has decidido unirte en el abrazo más sublime, más mortífero, con el amante. Él te ha llenado de besos y, distraído en un bostezo, acabaste durmiéndote en su boca.
Las flores que nacen y se abren en el mar han decidido hilarte una corona, y luce preciosa sobre tus cabellos esta noche.
Pero la arena aún te extraña.
Hay un hombre pequeñito de cuya jaula has logrado saltar, y el océano celoso, te retiene en la suya.
Estás allí, sentada en tu trono de corales, escribiendo poesías a tu amante-captor, que te cuida como a su más amado tesoro. Y los peces de todos los colores adornan tu cintura.
Pero la arena, la arena aún extraña el sonido de tus pasos.
A la memoria de Alfonsina Storni.
Por: Fernando García Cuéncar.
A veces, cuando uno entra a su tienda repleta de libros ya leídos, siente que el hombre barbado y recio, parecido a un monje burlón a veces, o a un viejo pájaro con los ojos perdidos en el horizonte, sigue siendo un vagabundo sin cesar por los caminos que arman los libros apilados sobre el piso, los estantes, las mesitas de cafetería, la cocineta y el bar. A veces lo he visto tomar en sus manos un libro raro o clásico o bello como si fuera un ser para acariciar; y a veces hasta lo he visto con un mohín de tristeza al soltar un libro con el que le hubiera gustado quedarse. Qué extraña pasión, dirán algunos. Pasarse la vida entre los libros, nadar todo el día en ese mar acechante de palabras allí prisioneras, y hacer de este gesto una razón para estar vivo.
“Lo bonito es viajar solo, solo; nadie lo determina a uno”. Editor, hippie de carretera hace ya muchos años; admirador del zen y cazador de poetas por los bosques ahumados de los barrios y sus bares; librero. Por culpa de él, muchos leemos a Pizarnik, o a su amado Ciorán tan salvajemente bilioso con esta cultura de pobres del corazón. Él es, para muchos de nosotros, el culpable de haber publicado nuestros corazones en germen de poetas; culpable también de haber sido nuestro cómplice en esta pobre maravilla de poner en los vocablos nuestros más profundos tuétanos.
Años setenta: Por vender hamacas colgado de un arbolito en la Avenida la Playa, tal vez bebiendo con Darío Lemus o con Juan Manuel Roca y con otros de esa generación de lúcidos poetas, lo pusieron “El Hamaquero”. Recuerdo que en algún lanzamiento del libro de poesía de uno de sus tantos amigos, alguno se levantó del público y dijo a modo de elogio que Gustavo Zuluaga era “el editor más pobre de América Latina”. Me consta que no descansa hasta no ver publicado un libro nonato que le guste. Qué rara pasión, andar, vagar, trashumar por la vida enamorado para siempre de esos objetos rectangulares repletos de hojas y de corazones.
Escuchar entrevista en el siguiente link:
Fronteras lunáticas transgredidas por el anónimo pez sin agua dibujan el sendero ilusión que se borra con el pestañeo del sol. Sin palabras, sin suspiros, sin dolor, sin camisas de fuerza de sanatorio. Es inútil tratar de comprender la caída del ocaso, la razón por la que no me invitaste o por lo menos la razón por la que no te despediste antes de partir al paraje extraviado de la muerte.
Juntos saboteamos las maquinas muertas vivientes. Alucinación dual. Se desvanece con sigilo.
Los barrotes metafísicos me golpean como rayos de luna, de noche. En el almanaque de arena está escrita la fecha con bazuco. O con esa ventana llena de arboles, de tierra, de una hermosa cascada o el rio Medellín pasando ante nuestros compartimentos de sacohol, madrugada y frio. ¡Tanto, tanto frio!
El teléfono y su timbre. Luego la pared blanca. No llegues de sorpresa a cantar una canción de queen. No llames a los problemas con tu voz transparente de animal salvaje. No me abraces con tu fuerza infantil. No aparezcas así de repente en el corredor y me sonrías irónicamente.
Sabes a fiesta terminada. Bailaste toda la noche. Entierra tus pertenencias orgánicas y pasea tranquilamente por este paraje efímero.