jueves, 30 de junio de 2016

Las migajas y el miedo - Poema de Paula Andrea Guarin


La lámpara expectante, la piel desordenada,
los labios pintados de pausa, los brazos diluidos,
el vientre dislocado y los altares desusados,
mas viejos, mas hartos que nunca.
Los ángeles que solían molestarme con pancartas,
se han dedicado al tedio de las venganzas sutiles,
se han dejado consumir por el tacto ambicioso,
se han vestido de colores vulgares y lencería espantosa,
de canciones irritantes paridas por el miedo.
Es una burla esta fiesta, este sinsentido de gritos apiñados,
este descuido de vivir sin otra cosa que la náusea,
corroídos hora tras hora por la imprevista inocencia.
¿Dónde estarán mis patios sin estrellas?
¿Quién guardará mis muros atestados de sol?
Los ojos contraídos para no mirar el fondo,
las certezas robadas a los libros de texto,
el diccionario minúsculo que no deja de anhelar otras palabras.
Mis manos son campanas olvidadas en el viento,
simples señuelos de caricias malgastadas e invisibles.
Mi sombra escribe letras imperfectas,
mi vientre se expande y se contrae, ensayando reiteradamente,
inútilmente, descaradamente, cada sudor que no podrá decir.
Afuera los ancianos empacan sus silencios,
las viudas se embriagan, los milagros no ocurren,
las madres rezan y se saben víctimas de dios.
afuera la maldad se aferra con estilo a las aceras,
las miradas se agrietan tratando de hacer puentes entre unos y otros.
Y adentro, adentro se acumulan las ganas, se buscan las heridas,
solo un tercio de mis ansias se adhieren con resignación al frío,
a la brutal y predecible permanencia de las cosas.
Un fardo, eso es la música de la ciudad que implosiona,
pesado como un gesto a destiempo, inocuo como los modales.
Oigo un pájaro intentando secuestrar mi horizonte,
oigo muchas cosas que no saben sufrir,
veo nubes, veo risas, veo dientes, huelo garras,
no importa escapar... es peor la salvación que la desesperanza.
Yo soy yo, de eso no hay duda, nacida muerta, rescatada por el pudor,
nombrada criatura por ese dios siniestro que victimiza a las madres,
obligada a florecer sin recibir la compasión de un nombre.
Algo viene, se convoca a si mismo, se pudre a voluntad.
¡Apaga esas luces que no quiero existir!



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